miércoles, 23 de marzo de 2011

Una tarde cualquiera


Se dijeron tantas cosas que, al acabar la segunda cerveza, ninguno de los dos sabía qué era lo que se habían dicho. A su alrededor, entre la música de jazz y el humo de los cigarrillos, la ciudad comenzaba un recorrido igual al de todos los sábados. Él miró los vasos, buscó al camarero con la mirada y levantó la mano.

- Nos trae otras dos, por favor.

El camarero, de chaquetilla blanca, se acercó, cogió los dos vasos vacíos con la mano izquierda mientras, con la derecha, pasaba un paño grisáceo y húmedo por la mesa y volvió detrás de la barra.

Él recorrió con su mirada la cara de la mujer y aventuró su mano derecha hacia la de ella, pero antes de llegar la desvió hacia el paquete de cigarrillos. Sacó uno y se lo puso en la boca.

- Seré lo que tú quieras –dijo él, encendiéndolo.

La mujer le miró, mientras el camarero dejaba en la mesa dos vasos con la espuma rebosando los bordes.


- No sabrás –dijo ella.

Él aspiro una bocanada del cigarrillo, soltó el humo lentamente hacia el techo y se quedó mirando una gotera con forma de manzana.

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