miércoles, 23 de marzo de 2011

Ausencia


Se quedó para siempre en cada gato, en cada gesto, en los arbustos que se veían desde la ventana, en la tristeza previsible y en aquella canción que, sin saber cómo, seguía escuchándose día y noche entre las paredes de la casa.

Instantes


Él la miró a los ojos. Ella le miró también, fugazmente, y le dijo “no me mires así”. Él tomó la mano derecha de ella entre las suyas y la acarició despacio. La voz de Billie Holiday se fue alejando, al igual que la figura de los demás clientes del bar. Pasaron entre las nubes unos instantes y él dijo “te quiero” acercando sus labios a los de ella. Cuando sus bocas se separaron, el mundo estaba allá abajo, muy lejano.

Ella le preguntó “¿cómo volvemos?”. “¿Para qué?”, dijo él.

Café con churros


A veces faltan palabras, o sobran, o las utilizamos mal. Si digo que te quiero, aunque lo sienta en el alma, te estoy diciendo lo de siempre. Lo de ayer, lo de antesdeayer y lo de entonces.

Sin embargo, si te dijera "café con churros", levantarías la cara, sonreirías y sabrías que te estoy hablando de aquella mañana en la que estuve a punto de besarte.

Siempre


Ella le dijo que era imposible y él le pidió un último favor.

Pasaron los años y los dos murieron, pero él siguió acariciando su mejilla toda la eternidad.

Dimensiones paralelas


Dice una teoría que, cuando alguien toma una decisión, lo que hace es desdoblarse, pasando un "yo" diferente a vivir cada una de las opciones posibles en universos paralelos.

Así que, quizá, en este momento, estamos tú y yo juntos en otro espacio, desperezándonos y tomando el primer café de la mañana, mientras sonríes porque te estoy diciendo que te quiero.

Una tarde cualquiera


Se dijeron tantas cosas que, al acabar la segunda cerveza, ninguno de los dos sabía qué era lo que se habían dicho. A su alrededor, entre la música de jazz y el humo de los cigarrillos, la ciudad comenzaba un recorrido igual al de todos los sábados. Él miró los vasos, buscó al camarero con la mirada y levantó la mano.

- Nos trae otras dos, por favor.

El camarero, de chaquetilla blanca, se acercó, cogió los dos vasos vacíos con la mano izquierda mientras, con la derecha, pasaba un paño grisáceo y húmedo por la mesa y volvió detrás de la barra.

Él recorrió con su mirada la cara de la mujer y aventuró su mano derecha hacia la de ella, pero antes de llegar la desvió hacia el paquete de cigarrillos. Sacó uno y se lo puso en la boca.

- Seré lo que tú quieras –dijo él, encendiéndolo.

La mujer le miró, mientras el camarero dejaba en la mesa dos vasos con la espuma rebosando los bordes.


- No sabrás –dijo ella.

Él aspiro una bocanada del cigarrillo, soltó el humo lentamente hacia el techo y se quedó mirando una gotera con forma de manzana.

Muertos


La habitación de la casa de verano en la que dormíamos mi hermana y yo era grande y fría. De las paredes colgaban viejos retratos de los que los mayores contaban historias lejanas, pero sólo nosotras sabíamos que cada noche traspasaban el cristal y paseaban por la estancia. Podíamos oír nítidamente el fru-fru de las sábanas que los cubrían y el sonido hueco de sus huesos al chocar contra algún mueble.

Inmortalidad


Supo que era inmortal, aún antes de saberlo. Lo supo muchos años atrás, un atardecer lejano de la infancia, mirando desde la arena de una playa del Norte cómo la niña de risa leve y coleta trigueña, que llevaba todo el día observando de reojo, se alejaba de la mano de su madre por la escalera del Paseo Marítimo

Mientras los años desaparecían entre relojes torpes como ciencias exactas, había seguido allí, en aquella playa del Norte. Y supo que seguiría siempre en aquel mismo lugar, con el bañador húmedo, mirando aquella espalda que se alejaba eternamente, mientras el Cantábrico gris devoraba otros veranos, que eran el mismo de siempre.